Miércoles a las 16h, 16 ciudades del mundo vacías

RFI

Mundo (AFP)

Los periodistas de AFPTV instalaron sus cámaras el miércoles a las 16H00 en 16 ciudades de todo el mundo, con la mitad de la humanidad confinada. Resultado: todas desiertas, incluso las muy concurridas plaza Navona de Roma o la Plaza Tahrir en Bagdad.

Lograron captar la mirada emocionada, preocupada y atónita de los escasos transeúntes ante el vacío y el silencio.

Normalmente la plaza Navona de Roma está "llena de turistas, artistas y música". En la playa de Arpoador, en Rio de Janeiro, "siempre hay mucho que ver, hippis vendiendo artesanías, surfistas". En la Puerta de Brandemburgo de Berlín - "se observan masas de turistas" y el barrio de Ikoyi de Lagos se caracteriza por su vida "agitada".

Pero desde la aparición del nuevo coronavirus y las medidas de confinamiento más o menos estrictas dependiendo de los países, el vacío se ha apoderado de estas ciudades, y de otras como Tokio, Jerusalén o Panamá. Un vacío que genera sensaciones extrañas.

"El hecho de que estos lugares estén vacíos desplaza nuestro eje esencial", explica el filósofo francés Etienne Klein.

Algunos sienten el vacío. "Vivo a diario en la ciudad, echo de menos no poder mostrarla, hablar de ella, recorrer las calles, caminar por sus plazas. Es muy triste, sí", afirma la guía turística italiana Marta Rezzano, de 28 años, en la plaza Navona.

El brasileño Diego Reis de Aguiar, un empresario de 31 años, está acostumbrado a surfear las olas de Arpoador. "Está completamente vacío, es difícil, cambia completamente el rostro de la playa".

De hecho, esta impresión de vacío produce un "efecto de metamorfosis", subraya el filósofo. "Estos lugares son idénticos a lo que eran y, sin embargo, ya no son muy reconocibles: la presencia humana forma parte de ellos (...) y cuando se vacían da la impresión de que quedan reducidos a su versión mineral. Su verdadera naturaleza nos incluye".

A veces hay que sobrevivir. En Lagos, el vendedor callejero Solomon Ekelo, de 27 años, sigue vagando por el barrio de Ikoyi porque tiene hambre. "Para nosotros, que estamos en la calle, no es fácil. No tenemos casa, ni hogar, ni un lugar para trabajar, ni siquiera para dormir", dice.

En Ciudad de Panamá, Alberto Arrieta, que trabaja en el sector pesquero en el puerto, está un poco más tranquilo. "Ahora mismo nos sentimos seguros porque la aeronaval está aquí y siempre nos está diciendo 'hey póngase la mascarilla, tengan distancia'".

Soportar el aislamiento es lo más difícil para la china Wang Huixian, una jubilada de 57 años que la AFP entrevistó cerca de la Ciudad Prohibida de Pekín. Puede volver a bailar con sus amigos en jardines, a distancia, pero no puede ir a ver a su hija y a su nieto "porque viven lejos".

Muchos se preocupan por el futuro. La alemana Bettina Kohls, una osteópata de 41 años, que estaba en la Puerta de Brandemburgo en Berlín, se ha quedado "prácticamente sin pacientes". En el barrio de bares y tiendas de Shinjuku, en Tokio, el camarero japonés Shoma Nakada, de 23 años, está "preocupado por la economía". "Los Juegos Olímpicos se han aplazado... Esto ocurre justo cuando creíamos que el país estaba despegando", suspira.

Pero el vacío también permite descubrir otra ciudad. "Una de las cosas que ha cambiado aquí, que nunca había visto hasta hoy, es la hierba entre los adoquines de la plaza", afirma Marta Rezzano en la plaza Navona. "Es irreal, como si la naturaleza tomara posesión de los monumentos. Pájaros, gaviotas, hay de todo, nunca había visto tantas aves en Roma".

En realidad, confirma Etienne Klein, "estos lugares no están vacíos". Se dice que están vacíos "porque parecen salirse de su vocación, pero de hecho están llenos de otras cosas que tal vez veamos menos cuando están llenos".

Y el confinamiento también significa tomarse tiempo. Es la inesperada consecuencia positiva de la epidemia para el estudiante surcoreano Moon Byeong-seol, de 28 años. "Ha sido beneficioso quedarme en casa: aprendí a cocinar mejor y tuve mucho tiempo para pensar en mí, en mi futuro", dijo en la plaza Gwanghwamun de Bucheon, cerca de Seúl.

"Somos como una balsa en medio del ciclón", dice el francés Fabrice Kebour, de 56 años, un diseñador de iluminación, mientras da un paseo por Montmartre en París. "Es decir, aquí hay calma, el tiempo se dilata a la manera 'proustiana', nos tomamos el tiempo de contemplar, de vagar, mientras que a mi alrededor, a nuestro alrededor, es un caos."

Y efectivamente, dice el filósofo, "el confinamiento espacial nos permite considerar una forma de largo plazo. Tal vez el ajetreo del presente nos impide pensar en el futuro, el confinamiento nos permite ponernos al margen del tiempo".

Para algunos esto no es nada nuevo. En Sarmin, en la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, el sirio Muawiya Agha, de 33 años, que trabaja en un hospital, compara el mundo confinado por la epidemia con las zonas de Siria bombardeadas por el régimen de Bashar al Asad.

"El confinamiento en otros países es lo que nosotros hemos vivido. Lo hemos vivido cuando las fuerzas del régimen bombardeaban nuestra región, lo hemos vivido en sótanos subterráneos, lo hemos vivido en casas cuyos propietarios estaban muertos, sin ver a nuestros amigos, a nuestra familia, durante días y semanas".

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