Del claustro al tribunal: el monje alemán que también es juez

Por Birgit Reichert (dpa)

Trier (Alemania), 5 may (dpa) - Para el alemán Eucharius Wingenfeld su vida es normal, aunque a la mayoría de las personas a las que se lo cuenta les parece bastante raro: además de juez, es monje benedictino.


Wingenfeld asegura que esto no le crea ningún conflicto religioso. Es el único juez de Alemania que vive en una celda, en una celda monástica. Su habitación privada se encuentra detrás de los muros del monasterio de San Matías en Trier, en el sudoeste de Alemania.


Se levanta hacia las 5 de la mañana, reza primero en soledad y luego con diez hermanos durante el oficio matutino. Luego se quita el hábito de monje y viaja en autobús, vestido de civil, al juzgado municipal en el que trabaja. 


"Me encanta ser juez", dice Wingenfeld. Es juez civil desde hace 35 años. "Encontré tempranamente muchos amigos en el derecho civil", cuenta, agregando que algunos de sus superiores de entonces difícilmente habrían podido imaginarse a un monje como juez penal.


Wingenfeld apunta que el derecho civil tiene que ver con conflictos. "En términos cristianos, con la reconociliación", añade. "Siempre entendí así mi servicio como juez: como un trabajo de reconciliación", subraya.


La vida misma pasa por delante de este hombre de 65 años, vestido ahora con una túnica negra, durante las negociaciones en la sala 56: disputas por la compra y reparación de coches, peleas por una vivienda, alquileres o desalojos, discusiones con los vecinos...


"Cuando se descubre quién ofendió a quién y quién pisoteó a quién, la cosa se resuelve bien rápido", asegura. Afirma que sus mejores momentos como juez fueron cuando se "mantuvo cerca" hasta que pudo despejar "los verdaderos problemas la cuestión". Pero a veces también le toca ordenar el desalojo de personas que llevan meses sin pagar el alquiler. "Es algo que siempre me resulta difícil", confiesa.


Una vez que Wingenfeld llega a casa al mediodía, es decir, al monasterio, se coloca el hábito y se suma a la oración, cerca de las 12:30. "Algo cambia dentro de mí cuando vuelvo a estar sentado en la iglesia", comenta.


"Rezar ayuda mucho en mi trabajo, porque me permite salirme del bullicio", cuenta. Por la tarde, vuelve a analizar sus documentos eléctrónicos, pero ya conectado desde el monasterio.


Wingenfeld visitó el monasterio de San Matías por primera vez cuando tenía 16 años, en una excursión escolar. El objetivo era hacer una peregrinación hasta la tumba del apóstol Matías y conocer su historia de más de 1.700 años.


Tras estudiar Derecho durante seis semestres, comenzó un noviciado con los benedictinos en 1981. Luego presentó su primer examen. En 1985 ingresó en la orden religiosa. "Fue entonces que decidí quedarme en esta comunidad para siempre", recuerda. En noviembre de 1988, fue nombrado juez.


"No me arrepiento de ningún día de los que llevo vividos aquí", revela, agregando que los demás monjes, de entre 43 y 91 años, son su familia. Wingenfeld dice que no tiene dos vidas como monje y juez, sino que su vida es una sola. "Soy una misma persona. No siento que tenga que activar ningún interruptor para pasar de una cosa a la otra", dice. 


Está convencido de que su profesión le ayuda a vivir su misión como cristiano, es decir, transmitir la experiencia de que Dios ama a las personas. Aclara que, por supuesto, como benedictino su vida se compone de oraciones y trabajo ("ora et labora"). Pero cree que esta regla benedictina lo guía sobre todo en base a un principio: "Honrar a todas las personas. Esa es para mí la máxima superior en el trato con los demás". 


Wingenfeld relata que recoge muchas experiencias en el tribunal. "Eso, por supuesto, ensancha mi corazón", dice, para añadir: "Cuando eres joven como juez eres a veces muy enérgico. La otra parte, la misericordia, la indulgencia, va creciendo con el tiempo". Explilca que él es el único monje en Alemania que es a la vez juez.


El hermano Eucharius asegura que en San Matías se puede ejercer como monje cualquier profesión que sea compatible con la vida en el monasterio. Cuenta que otro hermano, por ejemplo, trabaja en la oficina de protección de menores de Triest.


En el monasterio comparten todo lo que tienen. "Todo lo que recibe cada uno, ya sea dinero de la abuela, una donación o el sueldo, va a un fondo común" el cual se pagan los gastos, explica.