“La COVID-19 no ha podido llegar en peor momento para las comunidades vulnerables de África occidental”

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Entrevista con Coumba Sow, Coordinadora de la FAO para la Resilencia en África occidental

En esta entrevista con Coumba Sow, Coordinadora de la FAO para la Resilencia en África occidental, hablamos sobre la pandemia de COVID-19 y lo que podría significar para millones de personas que sufren ya por el hambre y los conflictos en la región.

África occidental y en especial la región del Sahel son propensas desde hace mucho tiempo a las sequías y la escasez de alimentos, y en la última década, a la creciente inseguridad. ¿Cómo es la situación actual?

Se trata de una región complicada: afectada por el hambre crónica, la inseguridad, el cambio climático, amenazas de un brote de langosta del desierto y, ahora, la pandemia. Año tras año, cinco de los diez países que aparecen en los últimos puestos del Índice de Desarrollo de la ONU se encuentran en África occidental.

En este momento, nos preocupa especialmente la crisis humanitaria en el Sahel central, el que conforman Burkina Faso, Malí y el Níger. Unos 4 millones de personas ya se enfrentan aquí al hambre extrema, y esta cifra podría aumentar a 5,5 millones para el mes de agosto. Para ponerlo en perspectiva, en agosto, en Burkina Faso, más de 2 millones de personas podrían verse amenazadas por el hambre extrema, y en el peor momento, mientras que se avecina el período de carestía y hay menos alimentos. Esta cifra es tres veces mayor que la del año pasado durante el mismo período.

En toda África occidental, en este mes de abril, más de 11 millones de personas necesitan ayuda alimentaria inmediata, en su mayoría debido a los conflictos. Y esta cifra seguirá aumentando, llegando posiblemente a 17 millones durante la temporada de carestía (de junio a agosto) si no respondemos rápidamente.

Muchas personas no sólo tienen hambre. También se han visto obligadas a desplazarse y han perdido lo que tenían. Aquellos con quienes hablé, contaban la misma historia: aldeas atacadas; familiares muertos o desplazados; casas o campos destruidos; animales abandonados o muertos.

Hasta ahora, alrededor de 1,2 millones de personas se han visto desplazadas en el Sahel central. Si el conflicto persiste, más personas sufrirán el mismo destino. 

Según el Informe mundial sobre las crisis alimentarias 2020, el aumento de la violencia, los desplazamientos y las perturbaciones a la agricultura y el comercio, junto con la meteorología adversa en los países de África occidental y el Sahel, empeorarán este año las condiciones de inseguridad alimentaria aguda en muchas zonas.

La COVID-19 no podría haber llegado en peor momento para las comunidades vulnerables de África occidental.

¿Quiénes corren más riesgo a causa de la COVID-19?

En primer lugar: los niños. Las tasas de malnutrición en el Sahel son de las más altas del mundo. Unos 2,5 millones de niños -más de una cuarta parte del total en Burkina Faso, Malí y Níger- sufren malnutrición severa y aguda.

Como las madres y los niños son los más afectados, en general, también serán los que más sufran durante la pandemia.

Aquellos que ya padecen de hambre, o que ya están hambrientos y se han visto desplazados, correrán un riesgo enorme.

La cuestión clave que hay que destacar es que la pandemia se está expandiendo durante meses cruciales para esta región: cuando la gente necesita sembrar y desplazarse con sus animales. Los agricultores deben poder vender los productos que tienen ahora, pero también acceder a los campos y mercados para prepararse para la principal temporada agrícola de 2020/2021. Los grupos pastoralistas y los ganaderos nómadas necesitan desplazarse con sus animales. Los gobiernos y los actores humanitarios deben prestar ayuda a las personas que necesitan con urgencia apoyo alimentario, nutricional y de emergencia durante la temporada de carestía.

Durante siglos, los pastores nómadas del Sahel se han desplazado cientos de kilómetros cada año para encontrar pastos para sus rebaños. Esto es algo que hacen todos los años, en especial durante los meses de abril y mayo, cuando los pastos se vuelven más secos.

Muchos ganaderos mauritanos -por ejemplo- se dirigen a Malí y al Senegal en busca de pastos.

Pero, a medida que se cierran las fronteras, los pastores nómadas ya no pueden desplazarse en busca de forraje y agua, ni tampoco para comerciar: los animales pueden intercambiarse por otros alimentos o artículos de primera necesidad.

Esto puede hacer que los pastores pierdan sus ingresos, ya que no pueden vender sus animales o comprar lo que necesitan para mantenerlos, así que posiblemente los pierdan, ya que algunos podrían no sobrevivir o enfermar. Cuando los animales sufren, las personas también. Cuando los animales mueren o dejan de ser una fuente de leche o carne, la gente pasa hambre. Cuando se pierden animales, también se pierden los medios de vida.

Los agricultores se verán afectados por la COVID-19 debido a un menor suministro de fertilizantes y semillas, el cierre de tiendas y mercados, y la reducción de la ayuda.

La pandemia, si se extiende aún más, se traducirá en amenazas cada vez mayores: desde un incremento de desplazamientos hasta un menor acceso a los servicios sociales básicos, pasando por el alza de los precios de los alimentos y una reducción de su cantidad. 

¿Se están sintiendo ya los efectos de la COVID-19 en la seguridad alimentaria de la población de África occidental?

Los gobiernos ya han adoptado medidas como el distanciamiento físico y el cierre de los mercados. Estas medidas provocarán perturbaciones en ellos, tanto para los comerciantes como para los compradores.

Los efectos de la COVID-19 ya se observan en las zonas de pastoreo. Dado que la mayoría de las fronteras están cerradas, se han restringido los movimientos de pastores y los animales.

Aunque el impacto de la pandemia en los precios de los productos principales todavía no es perceptible, el hecho de que muchas personas estén comprando los principales productos básicos a granel podría dar lugar a un aumento temporal de los costes y a escasez, que serán difíciles de gestionar a medida que disminuya la producción. El transporte también se está viendo ya afectado, lo que repercutirá en el suministro de alimentos y productos.

¿Cómo está respondiendo la FAO?

Dado que la mayor parte de África occidental ya está afectada por otras crisis complejas, nuestra primera prioridad es salvaguardar y mantener nuestra respuesta de emergencia actual, en especial las actividades que apoyan la próxima campaña agrícola, que ayudarán a mitigar los efectos de la COVID-19 en la seguridad alimentaria.

Hacerlo será especialmente difícil dadas las dificultades operativas causadas por las restricciones de movimiento introducidas por la mayoría de los países. Sin embargo, en estrecha colaboración con los gobiernos, la familia de las Naciones Unidas y los socios, estamos recalibrando y encontrando maneras de actuar.

Sin embargo, nuestra respuesta en la región sólo está financiada en un 20 por ciento. Instamos a donantes y asociados a no olvidar las emergencias en curso, aparte de la COVID-19.

En respuesta a la COVID-19, la FAO ha estado reuniendo información y realizando análisis, a nivel regional y nacional, sobre las posibles consecuencias de la pandemia en la agricultura y la seguridad alimentaria, que se recogerán en un servicio mundial de datos. Esta información está sirviendo para la elaboración de estrategias nacionales y regionales, así como de planes de preparación y respuesta a la COVID-19 específicos para cada país. Ya se están llevando a cabo varias de las medidas previstas en esos planes.

En Burkina Faso, la FAO está poniendo en marcha un programa -gracias al apoyo del Fondo Central de Respuesta a Emergencias (CERF) de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA)-, para prestar asistencia inmediata a las familias vulnerables que viven en cuarentena en las zonas urbanas y periurbanas, con el fin de que puedan tener acceso a alimentos sanos y nutritivos.

En Senegal, la FAO apoya los esfuerzos del gobierno para luchar contra la pandemia mediante campañas de sensibilización, en particular para los actores de la cadena alimentaria, a fin de evitar una mayor propagación de la pandemia. Apoyaremos a los pequeños productores afectados por las perturbaciones del comercio -en su mayoría mujeres-, para que puedan vender sus productos, obtener suficiente dinero y prepararse para la siembra. Y distribuiremos dinero en efectivo y bonos a los pastores para que puedan alimentar a sus animales, y reducir el desperdicio y la pérdida de alimentos.

A corto plazo, las prioridades son: ayudar a las familias vulnerables afectadas por la COVID-19 a acceder a alimentos adecuados; asegurar que los pastores dispongan de alimentos y agua durante la actual temporada seca y que los agricultores tengan semillas para empezar a plantar; asegurar la protección social durante la temporada de carestía; y mantener los mercados y las cadenas de valor en funcionamiento para que la población pueda comprar los alimentos que necesita a precios adecuados.

Los expertos de la FAO están también vigilando la situación de la langosta del desierto, ya que existe la posibilidad de que la plaga llegue a África occidental hacia mediados de año.

¿Qué deben hacer los gobiernos?

La FAO alienta a los países a mantenerse al día y a adaptar sus planes de respuesta a las consecuencias de la pandemia, a medida que se van conociendo mejor. Lo que es crucial es anticipar los efectos de la COVID-19 en la agricultura, la seguridad alimentaria y la vida de las mujeres y los niños vulnerables. Garantizar el mantenimiento de los sistemas alimentarios y las cadenas de suministro de alimentos es una de las medidas más importantes que deben llevarse a cabo a nivel nacional y regional.

El 16 de abril, todos los 55 Estados miembros de la Unión Africana (UA) se comprometieron -durante una reunión entre la UA y la FAO-, a apoyar el acceso a los alimentos y la nutrición para los más vulnerables de África; a proporcionar redes de seguridad social; a reducir al mínimo las perturbaciones en la circulación y transporte seguro de personas esenciales, y en el transporte y la comercialización de bienes y servicios; y a mantener abiertas las fronteras para el comercio de alimentos y productos agrícolas. Se trata de un primer paso crucial, y la FAO se enorgullece de haber participado en este proceso.

¿Cuáles serán los mayores desafíos para el trabajo de la FAO si la pandemia se agrava?

Si la pandemia se agrava, hasta 50 millones de personas más podrían enfrentarse a una crisis alimentaria en la región.

Por eso estamos aumentando nuestro apoyo a través de socios y actores locales y encontrando formas innovadoras -como la formación en línea y el apoyo a distancia-, para aumentar su capacidad. Durante la crisis del Ébola aprendimos que se pueden llevar a cabo diversas actividades integrándolas en nuestra labor habitual, respetando al mismo tiempo medidas adicionales como los protocolos de salud. La FAO ha puesto en marcha planes para continuar operando en toda la región con el fin de garantizar la seguridad de su personal, asociados y beneficiarios, manteniendo al mismo tiempo las actividades en curso.

¿Desea añadir algo más?

Estos son tiempos difíciles, pero no olvidemos que la población en África occidental ha demostrado ser resiliente ante las crisis. De hecho, el enfoque global de la FAO y muchos otros organismos con respecto a la COVID-19 se basa en lo aprendido en la crisis del Ébola en África occidental.

También aprendimos del Ébola que, si bien la COVID-19 es ante todo una crisis sanitaria, debemos hacer todo lo posible para que no se convierta en una crisis alimentaria, y para muchas comunidades de África occidental, en una crisis alimentaria mayor todavía.