Barenboim y la Staatskapelle de Berlín entusiasman a los neoyorquinos

Por Esteban Engel (dpa)

Nueva York/Berlín, 25 ene (dpa) - No sólo Estados Unidos debe volver a ser grande, sino el mundo entero, exclamó Barenboim ante el público del Carnegie Hall. La Staatskapelle de Berlín acababa de interpretar la Segunda Sinfonía de Anton Bruckner (1824-1896) y algunos de los asistentes se disponían a salir cuando el director de orquesta argentino-israelí tomó la palabra.
Hacía justo 60 años desde la primera vez que subió a ese escenario, contó recordando su debut en el Carnegie Hall en 1957 junto con el gran director de orquesta Leopold Stokowski (1882-1977). Y después, comenzó un alegato en defensa de la cultura. Quien lleva a cabo una política sin valores destruye las estructuras sociales, declaró. Y todo el mundo entendió a quién se refería: poco antes, Donald Trump había jurado el cargo como presidente número 45 de Estados Unidos. Los casi 2.800 asistentes celebraron sus palabras con una ovación, algunos incluso con lágrimas en los ojos.

Barenboim y la Staatskapelle hacen estos días las delicias de los amantes de la música clásica en Nueva York. Nueve sinfonías de Bruckner en 11 días, a las que se suma cada tarde un concierto para piano de Mozart con Barenboim en su doble papel de pianista y director. Todo un hito musical en Estados Unidos para un ciclo que ya causó furor hace un par de años en Europa.

Las nueve sinfonías del compositor austríaco jamás se habían interpretado como ciclo en Estados Unidos, pues estas monumentales piezas se consideraban demasiado difíciles y voluminosas. Los organizadores, tan dependientes del patrocinio de ricos mecenas y de la venta de entradas, habían evitado hasta ahora el riesgo que entraña un programa semejante.

Barenboim y el director artístico del Carnegie Hall, Clive Gillinson, asumieron el riesgo y están siendo recompensados: en el ecuador del ciclo queda claro que la iniciativa está siendo un éxito gigantesco. La sala siempre casi llena, más de 200 entradas vendidas para toda la serie y otras 250 más para al menos cinco veladas. A lo que se suma un clamoroso apoyo.

"La gente aquí tiene mucha curiosidad por el sonido tan alemán de la Staatskapelle", explica Gillinson. "The New York Times" ha informado en dos ocasiones sobre el ciclo, que culmina el próximo domingo con la Novena Sinfonía de Bruckner. "Quien considere las sinfonías de Bruckner excesivas y caprichosas", escribe el crítico Anthony Tommasini, se sorprenderá al escuchar a estos "fantásticos músicos".

El propio Barenboim habla de "trabajo arqueológico" a la hora de interpretar esta obra del romanticismo tardío. Con la música de Bruckner hay que ir excavando hasta el fondo, desenterrarla como si fuera un tesoro antiguo e ir apilando las capas sonoras como lo harían los maestros constructores de una catedral, explica. El resultado no ha dejado indiferente: el público asiste concentrado desde sus butacas a cómo Barenboim levanta la batuta y los metales invaden la gigantesca sala hasta elevar las casi interminables variaciones de Bruckner al fortissimo.

"Ustedes en la sala y nosotros sobre el escenario: todos formamos una gran comunidad", dice Barenboim dirigiéndose al público. Quien considera la música clásica como algo elitista no va jamás a un concierto y ni siente nada cuando suena la música, añade. A continuación, un gigantesco aplauso.

"Siempre amé tocar ante el público", señala recordando cómo tras su primera vez en el Carnegie Hall se sintió tan emocionado por el aplauso de los neoyorquinos que interpretó un bis sin que se lo hubieran pedido: la coral de Bach "Jesús, alegría de los hombres". Stokowski no se lo tomó demasiado bien. "En mis conciertos no hay bises", riñó al jovecísimo Barenboim, que en aquel entonces tenía 14 años. Durante las dos décadas siguientes no se dirigieron la palabra.